En una semana normal, Isaac Newton podía olvidarse de comer y dormir en varias ocasiones. Durante sus años universitarios, y más tarde, como miembro de la Royal Society, sus contemporáneos contaban que era incapaz de poner atención a acciones cotidianas por un periodo prolongado de tiempo: siempre estaba pensando en otra cosa.
Era común que, si algún científico prominente de la época era invitado a sus cátedras, Newton sencillamente se olvidara de su presencia. Se encerraba en su laboratorio por horas, y podría incluso no salir hasta días después. Descuidado y sucio, pasaba incansables espacios de tiempo trazando dibujos complejos, mientras sus colegas lo observaban a la distancia.
A pesar del despiste generalizado con el que se conducía en la vida diaria, Isaac Newton fue descrito en diversas ocasiones como un hombre metódico. Todos los días, llevaba un registro minucioso de su quehacer en cuadernos que no mostraba a nadie. En la misma línea, podría anotar qué comió después de una fórmula matemática sobre algún nuevo modelo: no había diferencia de jerarquía entre ambos conceptos.
Robert Hooke, Christopher Wren y Edmund Halley lo miraban con cierto recelo: era su rival científico quien, además, no podía ni siquiera arreglarse bien el saco para trabajar. Fue nombrado miembro del Parlamento Británico, se obsesionó con las escrituras sagradas del cristianismo, intentó buscar pistas para el Apocalipsis en las pirámides de Egipto —y un buen día, decidió mirar directamente al Sol durante horas.
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No era poco común que Newton llevara a cabo sus experimentos sobre sí mismo. En una ocasión, mientras investigaba a propósito del comportamiento de la luz en el ojo humano, decidió mirar al sol directamente. Estaba estudiando la naturaleza del color y la percepción desde las posibilidades orgánicas del ser humano, ecidió ver —literalmente— qué pasaba si introducía una aguja en su globo ocular.
De esta forma, introdujo una aguja delgada hasta la córnea del ojo. Una vez que estaba dentro, a pesar del dolor, se quedó viendo directamente al sol para comprobar si había algún tipo de cambio en su visión de los colores en el entorno.
Después de un espacio extendido de tiempo, se dio cuenta de que no había ningún efecto diferente. Se encerró en un cuarto oscuro y, en sus manuscritos personales, dio por terminado el experimento señalando lo siguiente: “Decepcionantes resultados. La próxima vez probaré con un desatornillador“.
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